Acciones de la política climática en Colombia
Colombia y el cambio climático: responsabilidades, políticas y realidades
SOSTENIBILIDAD UNAL
Mitigación y adaptación al cambio climático, "asunto prioritario" de la Universidad Nacional de Colombia
Con el aval del Consejo Superior Universitario (CSU), la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) declara como “asunto prioritario de gestión universitaria” las acciones frente a la emergencia climática, reconociendo el cambio climático como una emergencia y apoyando e incentivando medidas urgentes y drásticas para mitigar su impacto y el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Repositorio de fuentes
Para la elaboración de los distintos trabajos que componen la transmedia ‘Cambio climático en Colombia, evidencias desde la ciencia’, los principales insumos salieron de productos elaborados por investigadores de la Universidad Nacional. A continuación, podrán acceder buena parte de las investigaciones que constituyeron el punto de partida de este especial y a algunos de los trabajos que ha realizado la universidad sobre este tema.
Trabajos realizados por Unimedios sobre el cambio climático:
- El resonar de la Tierra
- Peces pequeños de agua dulce, en mayor riesgo de extinción en las próximas décadas
- Bosques andinos tienen la clave para mitigar el cambio climático
- ¿Qué es la COP26 y cuál es su importancia para el mundo?
- Cambio climático y global en Colombia, una tarea pendiente
- La pérdida del manglar de Tribugá y su efecto dominó
En los ríos, mares y océanos
Mar y océanos
Nathalia Andrea Marín Palomino - Periodista de Periódico UNAL
Así como las zonas costeras de Colombia se ven afectadas por el cambio climático, los ecosistemas hídricos del interior del país también piden ayuda.
En todo el mundo el cambio climático ya evidencia su impacto en todos los ecosistemas: la calidad tanto del aire como de la vida y la supervivencia de las especies. Según el Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), las zonas más sensibles de Colombia a este fenómeno son las costeras e insulares y los ecosistemas de alta montaña; en los sectores de transporte, energético y agropecuario, afectando la producción de alimentos, la disponibilidad de agua y salud humana, entre otros.
Los ríos colombianos se ubican dentro de cinco vertientes: Caribe, Pacífico, Amazonas, Orinoco y Andina, y cada uno de ellos tiene entre 1 y 6 cuencas que desembocan en más de un centenar de microcuencas, páramos, lagos, lagunas, humedales y otras fuentes hídricas.
Algunas de las fuentes más conocidas son el Nudo de los Pastos (Nariño), el Cerro Caramanta (Antioquia), el páramo de Sumapaz (Cundinamarca), el páramo de Santurbán (Santander y Norte de Santander) y la Sierra Nevada de Santa Marta (Magdalena, Cesar, La Guajira).
Pese a que son el principal sustento hídrico del interior del país, los impactos del cambio climático en los ríos, cuencas hidrográficas y microcuencas (una cuenca que se encuentra dentro de una subzona hidrográfica con área inferior a 500 km2) se han estudiado poco a nivel local, contrario al seguimiento que se hace del impacto de este fenómeno en las zonas costeras y océanos a escala país o por departamentos.
Así lo señala la profesora Viviana Vargas Franco, directora del grupo de investigación Monitoreo, Modelación y Gestión de Cuencas Hidrográficas (GECH) de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Palmira, quien destaca que “Colombia posee microcuencas muy importantes porque el 99,8 % de las cuencas del país proveen de agua a poblaciones, pero no se tienen instrumentos ni análisis para la planeación de las microcuencas. Muchas comunidades de las microcuencas andinas han escuchado sobre el cambio climático, pero cerca del 90 % lo desconocen y no cuentan con herramientas para saber sobre el nivel de vulnerabilidad al cambio climático en sus microcuencas”.
Por su parte el profesor Germán Poveda Jaramillo, del Departamento de Geociencias y Medio Ambiente de la Facultad de Minas de la UNAL Sede Medellín, alertó que “debido a la acción combinada de la deforestación y el cambio climático, los principales ríos del país están exhibiendo tendencias decrecientes en sus caudales. Ambos fenómenos influyen en el régimen hidrológico de las cuencas en Colombia desde las altas montañas porque los glaciares tropicales se están derritiendo a tasas aceleradas”.
Incluso, ocurre que los índices de calidad del agua de los principales ríos del país presentan valores entre malos y muy malos, debido a la presencia de residuos peligrosos en ellos (Ideam, INVEMAR, IIAP e IAvH, 2017).
El docente Poveda explica además que el “cambio climático ha aumentado la frecuencia de los fenómenos de El Niño y de La Niña, incrementando las sequías y olas de calor por el primero, y lluvias intensas, inundaciones, avalanchas y desastres, por el segundo. Estos dos fenómenos son parte de la variabilidad climática natural, pero su frecuencia y magnitud están siendo aumentados y exacerbados por la mano del hombre”.
Vulnerabilidad al cambio climático
La vulnerabilidad climática es la susceptibilidad física, económica, política o social que tiene una comunidad de ser afectada o de sufrir daños en caso de que se manifieste un fenómeno desestabilizador natural o antropogénico (causado por el hombre). Eso quiere decir que cuanto más vulnerable ambientalmente esté una comunidad o un espacio hidrográfico (cuencas, microcuencas, ríos, entre otros) mayor incapacidad habrá para enfrentarse a una amenaza o para reponerse después de que ha ocurrido un desastre.
Por esta razón, la docente e investigadora Inés Restrepo-Tarquino, de la Universidad del Valle, y el GECH estudiaron y modelaron la vulnerabilidad de la microcuenca El Chocho, en el Valle del Cauca, a través de un índice genérico construido con inteligencia artificial, datos específicos de la zona y los indicadores presión, estado y respuesta. Dicho índice está constituido por bases de datos que calculan la vulnerabilidad de las cuencas en lugares específicos.
En este caso, la microcuenca El Chocho es estratégica pues provee de servicios ecosistémicos a cerca de 15.000 habitantes y presenta serios problemas socioambientales: “hay un nivel medio de ocurrencia de eventos naturales extremos y una variación de precipitación que va en aumento; además tienen altos índices de contaminación por CO2, problemas de erosión y deforestación posiblemente causados por la ganadería en la parte alta y baja de la microcuenca. Esos niveles de vulnerabilidad pueden generar muchos desastres como inundaciones, sequías e incendios forestales”, relata la profesora Vargas.
“Aquí el resultado no fue favorable, pues el indicador mostró que esta microcuenca presenta un índice de vulnerabilidad malo (60 %) tanto para la zona alta como para la baja, y regular para la media (40 %). Esto obedece a los problemas que se presentan entre las tres zonas, como resultado de la deforestación, aumento de la ganadería extensiva, tránsito de vehículos por el desarrollo vial, actividad minera e industrial y crecimiento poblacional”.
Otro caso similar es el de la cuenca del río Blanco (Nariño), estudiada por Diego Rosero Portilla, magíster en Ingeniería - Recursos Hidráulicos de la UNAL Sede Manizales, quien creó un segundo índice con inteligencia artificial compuesto por 22 indicadores que mostraron la vulnerabilidad del río en cuanto a susceptibilidad, capacidad adaptativa, enfoque social, productivo, ecológico y socioeconómico.
Según la investigación, “la cuenca de este río es el área de captación de agua más importante para el municipio de Ipiales (Pasto), debido a que abastece a toda la población de la cabecera municipal y a los alrededores del volcán Cumbal en Nariño”.
Así, por su desarrollo económico, agrícola y pecuario se ha ido expandiendo hacia la zona de páramo y ha afectado la regulación hidrológica de esta cuenca.
El magíster descubrió que en toda la región de este río hay 27 áreas homogéneamente vulnerables: “el 20 % de la cuenca es altamente susceptible frente al cambio climático por sus características económicas, sociales y económicas, mientras que el 50 % tiene una susceptibilidad media y un 30 % una baja”.
Tanto la profesora Vargas como el investigador Rosero coinciden en que si a las comunidades que habitan la microcuenca El Chocho y el río Blanco no se las dota de estrategias y conocimiento para prevenir o adaptarse al cambio climático, en ambas zonas podrían ocurrir eventos ambientales extremos. Por eso se propusieron crear inteligencias artificiales para que con su información las autoridades ambientales puedan priorizar el monitoreo de estas cuencas.
“Por ejemplo el volcán Cumbal es una de las zonas de riesgo por este fenómeno, pues también persiste el riesgo de sufrir inundaciones rápidas o lentas, avalanchas, caída de granizo e invasión de poblaciones en la zona ribereña de la zona que también puede dañar los ríos, entre otros”, señala el magíster Rosero.
Ríos y páramos en riesgo
Los recursos hídricos de los páramos tampoco se salvan. Cuando la investigadora Luisa Guerrero Castelblanco, magíster en Geografía de la UNAL Sede Bogotá, evaluó la relación oferta-demanda hídrica en el clima del páramo de Pisba (Boyacá), en los ríos Cravo Sur, Pauto, Casanare y Chicamocha, descubrió que en esta zona la temperatura podrá aumentar en 1,8 °C más, y se disminuirá la precipitación del agua (lluvias, granizo, nieve), lo cual provocará una disminución de la escorrentía (fluido del agua disponible en la cuenca) y habrá menos agua en los ríos para el ecosistema y para la gente que habita en el páramo.
Además aumentarán los conflictos sociales entre la comunidad del páramo por el dominio del agua y la contaminación minera. La magíster Guerrero destaca que “la población agropecuaria está a favor de la protección de la cuenca y trata de reducir el uso excesivo del agua, que se surte de los caudales para los acueductos rurales de la zona”.
No obstante, explica que “los trabajadores mineros de la zona –quienes no cuentan con otra fuente de subsistencia– están en contra ya que afirman que los ambientalistas los sacarán del territorio. Al parecer, los grandes dueños y jefes de estas minas los han desinformado a tal nivel que creen que si cuidan el agua no les ayudarán”.
En septiembre de este año, la Asociación de Acueductos Comunitarios de Tasco (ASOACCTASCO) y la ONG Enda Colombia denunciaron que las minas de carbón abandonadas en el páramo de Pisba están afectando el ecosistema y el recurso hídrico con drenajes de metales pesados como plomo, arsénico, níquel, cadmio y mercurio. Esta contaminación está perjudicando al menos a 3.500 usuarios de las veredas Hormezaque, Pedregal, La Chapa y el acueducto Chorro Blanco, y puede avanzar hacia los afluentes de los ríos Chicamocha y Cravo Sur.
En la línea similar sobre el riesgo de estos ríos, resulta que este fenómeno climático también influye en la fuerza de corrientes de vientos, la generación de lluvias y el clima en los caudales de los ríos. Así lo concluyó un grupo de investigadores de la UNAL Sede Medellín –dirigidos por el profesor Poveda– al estudiar la influencia del Chorro del Chocó de la costa Pacífica colombiana.
En 2016, el equipo realizó campañas de medición en este territorio sobre las condiciones de la atmósfera como temperaturas, presiones atmosféricas, velocidades de los vientos y humedad relativa, entre otras, a través de radiosondas (dispositivo que se cuelga a un globo inflado con helio y sube hacia la atmósfera registrando las variables climáticas) y registro de señales por computador.
Con el apoyo de la Fuerza Aérea Colombiana (FAC), la Dirección General Marítima de la Armada Nacional y el Instituto de Investigación del Desierto, descubrieron que “el Chorro del Chocó es una corriente de vientos que transporta grandes cantidades de vapor de agua desde el océano Pacífico hacia el interior del país; es el mecanismo físico que explica la existencia de esa zona tan lluviosa”, señala el profesor Poveda.
Llamado a la acción
Por todo lo anterior, el docente Poveda alerta que “es necesario entender la acción conjunta del cambio climático y la deforestación: un bosque es como un aire acondicionado natural, si se deforesta se acaba la protección que entrega al ecosistema y causa la exacerbación de las crecidas y las sequías de los ríos”.
Los investigadores Vargas y Rosero hacen un llamado a actuar antes de que sea tarde para bajar la vulnerabilidad: “se necesitan recursos y conocimiento del Estado para que las comunidades sepan en qué niveles están, y las universidades deben apoyar esta gestión tanto técnica como académica para la población”.
Por último, la magíster Guerrero persiste en que las autoridades hagan un acompañamiento en el territorio y se instaure una política pública regional que incluya esquemas de ordenamiento territorial, mayor empleabilidad, educación y eliminación de la desinformación para mejorar la conciencia ambiental frente al agua, proteger los ecosistemas y crear alternativas para las comunidades.
En la Conferencia de las Partes (COP26), Alemania, Noruega y Reino Unido anunciaron la donación de 33,5 millones de dólares para que se refuerce la política nacional contra la deforestación, la cual afecta gravemente las fuentes hídricas.
En el mismo evento el Gobierno nacional se comprometió a proteger el 30 % de las áreas marinas y terrestres para antes de 2022. Según el presidente de la República, Iván Duque, “ya se cuenta con una hoja de ruta para proteger cerca de 16 millones de hectáreas, adicionales a las 12.439.028 que forman parte de las Áreas Marinas Protegidas del país”.
Nuevamente el mandatario hizo referencia a los mares del país y no a las víctimas olvidadas del cambio climático: las cuencas hidrográficas y los ríos.
Angélica Cossio - Periodista Periódico UNAL
Investigaciones de la UNAL muestran el futuro de tres amenazas: la acidificación, el calentamiento y el aumento del nivel del mar, y el impacto de huracanes.
El aumento de la temperatura del nivel del mar, la desaparición de glaciares y la presencia de huracanes cada vez más intensos son solo algunas de las muestras de que la crisis ambiental ya está en Colombia.
En los últimos años el deterioro de los océanos ha aumentado significativamente debido al avance del cambio climático que se manifiesta a través del calentamiento y la acidificación del océano amenazando con alterar su nivel y vaciarlo.
“Colombia podría perder 60 municipios costeros por el incremento del nivel del mar, lo cual afectaría el 80 % de sus manglares por este fenómeno”, señala una investigación sobre la situación de los océanos en el mundo, realizada por el Instituto de Oceanología de la Academia de Ciencias de China y publicada en la revista Science Advances.
El estudio reveló además que “por el aumento de la temperatura de los océanos, las corrientes tropicales más fuertes podrían llevar más agua tibia a latitudes más altas, y ese calentamiento podría cambiar los patrones climáticos”.
La huella que deja el impacto ambiental afecta no solo las zonas costeras del país, sino también a casi todos los ecosistemas marinos como los arrecifes coralinos, las praderas de pastos marinos, los manglares y las especies, actores fundamentales en el ciclo de vida del mar.
Es posible que por esta situación se pierdan los hábitats y los recursos de numerosos habitantes de la costa en las regiones de Colombia más susceptibles a la vulnerabilidad del calentamiento del mar, entre ellas algunas zonas costeras del distrito de Buenaventura y la isla Múcura, en el Pacífico colombiano, y las islas de San Andrés y Providencia, en el Caribe.
Actualmente en el Caribe y el Pacífico colombiano el aumento de la temperatura de la superficie del mar es cercana a los 0,2 °C, y se espera que para finales del siglo XXI este calentamiento alcance los 2 °C.
Mares más ácidos y más calientes
El calentamiento de las aguas marinas impacta especialmente a los arrecifes coralinos, pues disminuyen su resistencia y resiliencia al blanqueamiento de coral, que en Colombia se presenta en las Islas del Rosario, Bahía Portete, Chengue y San Andrés, afectando además algunas especies de peces.
Así lo revela el estudio de la bióloga marina Paula Judith Rojas Higuera –magíster en Geografía de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Medellín– sobre tendencias del calentamiento y la acidificación del océano y su impacto en los ecosistemas marinos y costeros colombianos, en el cual explica que el calentamiento hace que el CO2 se disuelva directamente en la superficie por lo que el pH del mar disminuye y el agua se acidifica.
El calentamiento y la acidificación del mar son situaciones que rápidamente causan efectos adversos en la vida del mar. Muestra de esto se presenta en ecosistemas como las algas y los pastos marinos, pues en aguas cálidas y ácidas estos pueden multiplicarse afectando la distribución de sus especies por la competencia entre estos. Como consecuencia, algunas plantas incluso se vuelven tóxicas por la acidificación y su veneno mata a los peces y otras criaturas marinas.
Otro caso es el de los corales, que normalmente se desarrollan entre los 17 y 34 °C; sin embargo, la mayoría vive dentro de su límite máximo, es decir que si la temperatura se sigue elevando puede causar deterioro de las especies y sus comunidades.
El blanqueamiento de los corales ocurre cuando estos pierden sus colores vibrantes, quedan blancos, y por ende mueren.
“Establecimos modelos matemáticos empíricos y desarrollamos una fórmula polinómica para graficar el comportamiento de los ecosistemas marinos por decenio a 2050 y 2100, utilizando los escenarios A2, que serían los efectos en caso de que no se tomen medidas de mitigación, y B2 en caso de que sí se tomen”, explica la investigadora Rojas.
La acidificación del océano altera la distribución de las praderas de pastos marinos en el mar, afectando a futuro sus tasas de crecimiento, funciones fisiológicas y capacidad fotosintética, lo que genera a su vez un cambio en la reproducción de las especies que subsisten de los pastos, ya que aumenta la competencia con otras especies.
Otro de los ecosistemas marinos impactados son los manglares, por lo que puede haber un aumento en la salinidad, reduciendo los nutrientes y disminuyendo la abundancia de los organismos asociados.
La extinción de especies marinas, el descongelamiento de los glaciares, las altas temperaturas en los mares, los huracanes y ciclones, entre otros fenómenos, afectan la estabilidad y calidad de la vida humana, ya que disminuyen los recursos económicos, culturales y turísticos de la región.
Los huracanes de ayer y los que vienen
Los huracanes se crean por el aumento en las temperaturas del océano y en la atmósfera que juntos provocan vientos fuertes, inundaciones costeras y urbanas, lluvias torrenciales y mareas de olas enormes; que, a su vez, generan daños sistemáticos en la población de las islas.
El profesor de la UNAL Sede Medellín Andrés Osorio Arias, director de Corporación Centro de Excelencia en Ciencias Marinas (CEMarin), destaca que 2020 fue el año más intenso de huracanes en la historia de la Tierra y en Colombia; evidencia de esto fue el huracán Iota que impactó al Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina hace un año.
Iota alcanzó su nivel máximo de categoría 5 provocando pérdidas del 98 % en la infraestructura de Providencia y dejando además 6.000 personas damnificadas y 4 fallecidas.
En 2020 se produjo tal cantidad de ciclones, que la Organización Meteorológica Mundial (OMM) se quedó sin nombres previstos, por lo que en adelante los huracanes se identificarán con el alfabeto griego: alfa, beta, gamma, delta…
Hasta ahora la lista consta de 21 nombres femeninos y masculinos que se alternan por orden alfabético y cambian cada año, sin embargo, por la temporada de 2020 esta se agotó, según el Centro Nacional de Huracanes (NHC).
“Estos fenómenos seguirán ocurriendo y tendremos que volver a reconstruir la Isla, pero lo más importante es no perder vidas humanas, por lo que debemos prepararnos”, asegura el profesor Osorio.
Por eso participó en un estudio colaborativo realizado entre las sedes Caribe y Medellín de la UNAL, el CEMarin, la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (Coralina) y el Grupo de Investigación en Oceanografía e Ingeniería Costeras (Oceánicos), el cual usa modelamientos matemáticos y teledetección a través de imágenes satelitales para cuantificar la magnitud y amenaza de los vientos, inundaciones costeras y urbanas, y vulnerabilidad social por huracanes pasados y futuros en la Isla.
“La intención es levantar la información pertinente sobre la amenaza, la vulnerabilidad física y social, y los costos que provocan estos fenómenos, para que los organismos públicos creen un sistema de alerta y de gestión del riesgo que permita responder oportunamente a los daños”, indica el investigador Osorio.
El estudio modeló escenarios de huracanes pasados –entre ellos el Joan, de categoría 4 ocurrido en 1988– para determinar la vulnerabilidad económica y social que tiene el Archipiélago para afrontar escenarios futuros. Entre los escenarios más críticos está la vulnerabilidad o la capacidad social para responder a estos eventos.
“Sacamos una curva de vulnerabilidad física sobre el daño que pueden generar los vientos en las infraestructuras de las casas, y encontramos que en las edificaciones de materiales frágiles –como la guadua, tapia pisada, caña, entre otros– podrían causar pérdidas de hasta el 90 %”, asegura.
El 70 % de la población de San Andrés no está preparada, en otras palabras, la vulnerabilidad social en esta zona del país es alta.
Buenaventura, un puerto en peligro
Buenaventura es el principal puerto marítimo de Colombia y uno de los 10 principales en América Latina, ya que concentra una serie de actividades portuarias, turísticas y comerciales importantes para el país.
Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), el Distrito recibe el 60 % de la mercancía que entra y sale del país; tiene diversos atractivos turísticos entre los que destacan el Malecón de Buenaventura, Bahía Málaga y Juanchaco, y concentra una riqueza mineral que activa el comercio y la industria.
Un estudio de vulnerabilidad costera adelantado por Bryan Gallego, magíster en Ingeniería Ambiental de la UNAL Sede Palmira, señala que el deterioro de los océanos afectaría actividades principales como la pesca, debido al desplazamiento de especies de peces comerciales, el turismo recreacional, y actividades asociadas.
Debido al aumento del nivel del mar, el Distrito de Buenaventura es otro gran damnificado del cambio climático. El magíster Gallego indica que por su carácter costero, esta zona se encuentra expuesta al aumento del nivel del mar, y como consecuencia a posibles inundaciones y al aumento de tasas erosivas, entre otros riesgos.
Mediante tecnología geoespacial (sistemas de información geográfica y sensores remotos) –que captura imágenes satelitales de la zona para levantar información terrestre entre 1953 y 2018–, el investigador evaluó 8 variables para determinar la vulnerabilidad para cada corregimiento costero de Buenaventura frente al aumento del nivel del mar.
El estudio evidenció que el 58 % de la cobertura costera está en riesgo de inundaciones por niveles de oleajes altos. En el Pacífico colombiano, el 39 % de las geoformas son playas o playones, los cuales representan una alta tasa de vulnerabilidad frente al oleaje.
“Aquí encontramos que las geoformas rocosas –una de las variables estudiadas–, representadas en los acantilados, resisten mejor las olas, mientras que las geoformas de playas o playones son más susceptibles a que el oleaje arrastre metros de tierra, y por ende podrían desaparecer más rápido”, sostiene el investigador Gallego.
Al respecto, encontró que los territorios marinos con la tasa de afectación más alta se dan en el corregimiento III, donde se ubican emplazamientos como Puerto España, La Barra, Juanchaco y Ladrilleros, y corregimientos X y XV, donde están las islas Santa Bárbara y El Ají, entre otras.
Según el Instituto de Inversiones Marinas y Costeras (Invemar), para 2100 el 45 % de la población de la costa pacífica colombiana –incluida la del puerto, cuyo núcleo urbano es el más poblado– se encontrará sometida a este fenómeno.
¿Cómo salir de la encrucijada?
El cambio climático trae consigo un sinfín de fenómenos naturales y eventualidades en los ecosistemas marinos que el ser humano no puede controlar, pero sí puede evitar.
Aunque en Colombia las emisiones de CO2 y el efecto invernadero no son tan grandes como en países industrializados, si se continúa en el mismo escenario de contaminación el daño para los mares sería irreversible y por tanto la afectación para el ser humano y su supervivencia.
Para la investigadora Rojas, “debemos generar estrategias de mitigación, políticas de adaptación y aunar esfuerzos para aliviar el cambio climático; esto es, reubicar asentamientos, acondicionar infraestructuras, sembrar estructuras artificiales y tratar de educar a la población”.
De forma conjunta, los investigadores Gallego, Osorio y Rojas sugieren que para minimizar los daños ya producidos se debe trabajar en el desarrollo de estrategias de adaptación de ecosistemas marinos, como la siembra de arrecifes coralinos y manglares artificiales, un sistema de alerta local ante fenómenos naturales, y enfatizar en la educación social, entre otras acciones.
Por su parte el profesor Osorio sostiene que “el camino para prepararnos es la recuperación de ecosistemas, porque estos son amortiguadores de eventos climáticos. Las investigaciones planteadas dejan una ruta informativa que los organismos de control climático pueden acoger y ejecutar en políticas de mitigación”.
Desde la academia, el llamado es a actuar en conjunto para que las organizaciones tanto públicas como privadas creen políticas que promuevan el cuidado de los ecosistemas marinos y terrestres, y que las personas también se responsabilicen y se apropien del lugar en el que viven.
Por lo pronto, en la COP26 realizada en Glasgow (Irlanda), Colombia firmó la “Declaración Because the Ocean” que busca proteger el 30 % de las áreas marinas y terrestres, con la intención de lograrlo en 2022 y no en 2030.
Conscientes del valor del intercambio de saberes, investigadores de la UNAL Sede Amazonia se acercan a las comunidades indígenas para conocer su percepción de las alteraciones del clima en su región.
El Jardín Botánico de San Andrés realiza un estudio de caracterización de manglares que permite cuantificar su capacidad de capturar carbono. También apoya la recuperación de los manglares de Providencia.
En la tierra
En la tierra
Sharon D’yana Mejía Campo - Periodista Periódico UNAL
Los incendios forestales, la fragmentación de bosques y las alteraciones climáticas estarían poniendo en peligro de extinción a especies en el corto plazo.
Anfibios, mamíferos y peces están desapareciendo de sus hábitats naturales por el cambio climático y las acciones humanas que profundizan el problema. Las labores ecosistémicas de estas especies como dispersar semillas o controlar la biodiversidad, se ven afectadas por alteraciones climáticas, incendios forestales y la fragmentación de bosques.
Por ejemplo, los cambios en la región Andina están llevando a que las ranas y sapos de esta zona del país se vean cada vez más al filo de la extinción, y gran parte de esta situación obedece a las transformaciones aceleradas que están sufriendo los bosques, páramos y montañas por causa del hombre.
En el mejor de los casos, con una reducción y un control de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), a 2050 se prevé una pérdida de la extensión del hábitat de las ranas andinas hasta de un 66,3 %, mientras que en el peor de los escenarios (el cual supone un incremento de las emisiones) esa pérdida llegaría al 74 %, llevando a la extinción inminente de las especies de ranas Pristimantis elegans (ubicadas en la cordillera Oriental), Hyloscirtus antioquia y P. racemus (cordillera Central).
Así lo advierte la investigación adelantada por William Agudelo, doctor en Ciencias - Biología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), con la dirección de la bióloga Dolors Armenteras, profesora titular y directora del grupo de investigación Ecología del Paisaje y Modelación de Ecosistemas (Ecolmod), en la cual evaluó el efecto de los cambios a 2050 en el uso del suelo en los páramos y los bosques junto con los efectos del cambio climático sobre el riesgo de extinción de un grupo de ranas andinas.
“Estos datos son preocupantes si se tiene en cuenta que la investigación arrojó que en 2005 las ranas ya habían perdido en promedio el 57 % de la extensión de su hábitat por la deforestación y degradación histórica de los bosques andinos y los páramos. Sin duda, estas proyecciones nos indican que el futuro de las ranas andinas está seriamente comprometido y amenazado”, afirma el doctor Agudelo.
El investigador recopiló datos históricos de los lugares donde se han encontrado las ranas andinas y predijo el área de distribución de 30 ranas utilizando un conjunto de variables climáticas. “Se encontró que un alto número de especies coincide en departamentos de la región central (Tolima, Quindío y Valle del Cauca) y norte (Antioquia) de la cordillera Central, especialmente en la zona de páramos, así como en la región media de la cordillera Oriental, hacia Boyacá y Santander; y en la región media de la cordillera Occidental, en sectores del Parque Nacional Natural Tatamá (Risaralda-Chocó)”.
En el estudio también se usaron mapas de coberturas/uso del suelo de la Región Andina para 1985, 2005 y 2008, elaborados a partir de imágenes satelitales, que luego se proyectaron a 2050 en dos escenarios de uso extensivo: por pastos para ganadería y por cultivos.
“Estos resultados son importantes para mejorar la evaluación del riesgo de extinción de las ranas. En este sentido, se debe considerar la distribución espacial de los hábitats locales para guiar mejor la planificación de estrategias de conservación con miras a los futuros escenarios de cambios ambientales”, señala el investigador Agudelo.
Incendios forestales: el enemigo de pequeños mamíferos y roedores
En 2015 la Reserva Natural Bojonawi, en Puerto Carreño (Vichada), sufrió un incendio accidental que pasó de la sabana a los bosques y se extendió varios cientos de metros; de ese incidente la más afectada fue la zarigüeya común (Didelphis marsupialis), pues solo está presente en los bosques no quemados, ya que tienen gran cantidad de estratos de vegetación y hay más recursos de alimentación y hábitat para su permanencia.
“Esta es una de las regiones más amenazadas ecológicamente en América del Sur, debido al cambio climático, las prácticas de manejo de la tierra y el desarrollo de actividades económicas, a menudo insostenibles, como la ganadería, la agricultura y la explotación petrolera que utilizan el fuego como herramienta para ‘limpiar’ la tierra, lo que aumenta el riesgo de incendios descontrolados, altera los regímenes de incendios y degrada las sabanas naturales y las áreas de bosques adyacentes”.
Así lo sostiene la bióloga Tania González, doctora en Ciencias - Biología de la UNAL y miembro de Ecolmod, quien sostiene además que “debido al aumento de los incendios en esta zona, promovidos en parte por el hombre, en combinación con el cambio climático, queríamos investigar qué pasaba con las plantas de esos bosques, con los pequeños mamíferos no voladores y los pequeños roedores que habitan esta zona”.
Allí se encontró que los bosques quemados tienen menos diversidad y riqueza de especies de plantas. Mientras que las áreas no quemadas cuentan con un bosque complejo, con gran cantidad de vegetación de diferentes tamaños, un bosque quemado tiende a perder árboles altos y arbustos, y lo que empieza a predominar son los pastos, las especies de plantas gramíneas y herbáceas, que hacen el territorio más susceptible a los incendios.
Esto se relaciona directamente con la presencia de pequeños mamíferos no voladores en la región. Después de hacer diferentes capturas y análisis de roedores y marsupiales, la investigadora determinó que los bosques quemados presentan una reducción significativa de especies. En este caso, en los bosques no quemados se encontraron 6 especies, mientras que en los quemados dominaba una única especie.
“Esto tiene implicaciones muy graves, ya que los pequeños mamíferos como los roedores y las zarigüeyas tienen roles muy importantes en los ecosistemas, por ejemplo, son los encargados de esparcir semillas y remover nutrientes del suelo, lo que influye en la vegetación”, cuenta la investigadora González.
Agrega que “esta es una cadena en la que, si no se recupera la vegetación, tampoco lo hará la fauna, pero si la fauna no se recupera no hay quien disperse las semillas afectando a su vez la recuperación de la vegetación y haciendo que los bosques desaparezcan”.
Primates, otra especie en riesgo
Además del cambio climático, otro de los cinco principales motores de pérdida de biodiversidad es la deforestación y fragmentación del hábitat, proceso en el cual un hábitat es transformado en fragmentos o “parches” más pequeños aislados entre sí por un área o “matriz” con propiedades diferentes a las del hábitat original. Esta además es una consecuencia de procesos de contaminación, desertificación, deforestación y degradación de arrecifes de coral, manglares, humedales, praderas y bosques, entre otros recursos de gran valor.
Dicha fragmentación tiene repercusiones no solo en el ecosistema vegetal sino también en la fauna y en diferentes especies en peligro de extinción como el mono araña café y el tití gris, los cuales fueron evaluados desde el norte del Tolima hasta el sur de Bolívar, junto al mono aullador y el mono cariblanco del Magdalena, con quienes comparten hábitat. El biólogo Néstor Roncancio, doctor en Ciencias Agrarias de la UNAL, midió los efectos que la fragmentación en esta zona tiene sobre estas especies de primates.
“Inicialmente determinamos el área de distribución potencial de las especies y después nos enfocamos en cuál era el efecto de esa fragmentación, es decir de esa distancia de aislamiento, formas del fragmento o del tamaño y otras características como la altitud a las que estaban ubicadas los fragmentos ante las densidad poblacionales. Eso quiere decir que a medida que los fragmentos eran más pequeños, las densidades podrían ser mayores o menores”.
De 20 fragmentos evaluados, se identificó al tití gris como la especie más fuerte y resistente a los cambios, ya que estaba presente en toda la zona, mientras que otras especies solo tuvieron una tasa de distribución entre el 40 y 60 %.
Estos resultados fueron menos favorables para el mono araña, que fue el más afectado por las variables del paisaje. Esta especie afectó a su vez a otras especies de primates. Por ejemplo, mientras más densidad había de mono araña, más se encontraba el mono aullador.
“Antes de que una especie se extinga, esta intentará desplazarse hacia las coberturas que encuentre disponibles; sin embargo, para eso es necesario que haya suficiente vegetación en aquellos lugares donde se encuentren las condiciones climáticas óptimas, para que las especies se puedan conservar y no se vean expuestas a procesos de extinción”, asegura el doctor Roncancio.
Peces pequeños, los más afectados en el mundo acuático
En el entorno marino de aguas dulces, las altas temperaturas y las precipitaciones esperadas entre 2050 y 2070 como consecuencia del cambio climático global serían las principales responsables de la disminución en casi un 50 % de las especies de peces pequeños de agua dulce en todo el mundo, especialmente en las áreas tropicales.
Estos peces tienen una importante labor como reguladores de especies y bioindicadores de la calidad del agua, por lo que su desaparición generaría no solo una grave afectación ecosistémica, sino que también se verían afectados, por ejemplo, el aprovisionamiento y la seguridad alimentaria de algunas comunidades, sus economía y atractivos ecoturísticos en algunos lugares.
Estos son algunos de los resultados más relevantes de la investigación adelantada por la bióloga Ana Milena Manjarrés Hernández, de la Universidad del Magdalena, doctora en Estudios Amazónicos de la UNAL, quien analizó cuáles eran las variables o los factores que podrían incidir en la distribución de los peces de agua dulce, teniendo en cuenta diferentes escalas espaciales y nivel de afectación. Así mismo, hizo una proyección sobre cómo las condiciones actuales permitirían predecir qué especies estarían o no presentes entre 2050 y 2070.
En total estudió 19 variables bioclimáticas como la temperatura y la precipitación, y otras como la altitud, densidad de población humana, el índice de vegetación, la producción primaria y otras, que aportaron al análisis. En extensiones pequeñas –conocidas como escala local– la temperatura sería la variable que más incidiría en la distribución de las especies, mientras que cuanto más amplia sea la extensión geográfica, mayor será la influencia de otros factores como la precipitación.
“En una de las especies que se observó la variabilidad en la influencia fue Hoplias malabaricus, conocida como dormilón o taraira (de la familia Erythrinidae). A nivel de la cuenca del Amazonas se logró documentar que en las subcuencas de Bolivia la precipitación genera mayor impacto”, destaca la investigadora.
Se espera que para los próximos años contemplados en previsiones para 2050 y 2070 desaparezcan por completo las áreas de distribución de casi la mitad de las especies de peces de agua dulce, que oscila entre el 45,3 % y el 46,7 % independientemente del año y el escenario climático.
María Luz Dary Ayala - Periodista Periódico UNAL
Los millones de árboles que la deforestación le ha quitado a la Tierra no se restauran a la misma velocidad con que son talados.
Los bosques y en general la capa vegetal que pierde el planeta lo deja sin su principal escudo protector frente a los gases de efecto invernadero (GEI) que se asocian con el calentamiento global.
Desde 1990 –10 años después de haberse prendido las primeras alarmas mundiales por lo que estaba ocurriendo con la Tierra– se han perdido 420 millones de hectáreas (ha) de bosque en todo el mundo a causa de la deforestación. Para tener una dimensión de este territorio, basta decir que solo en una hectárea caben alrededor de 140 plantas de palma.
Esta destrucción de bosques, estimada por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), se da por la expansión de la frontera agrícola para ganadería y monocultivos, el avance de la industria extractiva, cultivos ilícitos, comercialización ilegal de madera, incendios forestales (especialmente provocados por la acción de hombre), procesos de desplazamiento y urbanización, proyectos hidroeléctricos y otras obras de infraestructura.
Se trata de factores que le quitan al planeta miles de ha, ya sea de bosques, matorrales, pastizales o frailejonales- y a los mayores captadores de CO2, uno de los principales gases causantes del llamado efecto invernadero o calentamiento global.
Lo más preocupante es que a pesar de las cumbres mundiales para controlar el aumento de la temperatura en el planeta, como el Acuerdo de Kyoto y todas las que se han dado desde Copenhague, en 2009, hasta la COP26, que acaba de terminar en Glasgow (Escocia), las cifras de deforestación siguen siendo altas. Tal vez, como menciona la FAO, el proceso se ha ralentizado en algunas regiones, pero anualmente se le sigue quitando cobertura vegetal al planeta.
Según el Instituto de Estudios Ambientales y Meteorològicos (Ideam), el país pierde alrededor de 150.000 ha de bosque por cuenta de la deforestación, pero para científicos como el profesor Jesús Orlando Rangel, del Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), “perdemos más de 300.000 ha de bosques y la tendencia sigue acelerada, la deforestación nunca para, solo cuando hay guerras, porque la gente se va y no los intervienen”.
Este dato coincide con reportes internacionales, como el del Instituto Mundial de Recursos, el cual indica que en 2020, Colombia perdió 320.000 ha de bosques naturales, equivalentes a 195 millones de toneladas de CO2.
Para la bióloga Dolors Armenteras, profesora de la UNAL, una quinta parte de toda la cuenca amazónica –equivalente a más de un millón de kilómetros cuadrados– está deforestada. “En Colombia, el área deforestada equivale al 12 %, lo que sería una octava parte menos de lo que sucede en toda la cuenca. Tal vez la región natural en mejor estado es la de Colombia, pero todo es relativo”, precisa.
Y aunque el país no participa en mayor grado frente a fuentes contaminantes como la industria siderúrgica, que manejan más los países desarrollados, sí es responsable de contaminar y de la pérdida de cobertura boscosa, que cumple la función clave de contrarrestar las emisiones. “Cuando contaminamos generamos más materia orgánica, alteramos los ciclos, basta con ver nuestro río Bogotá o ciénagas muertas”, se lamenta el profesor Rangel.
“Necesitamos proteger bosques, pero desafortunadamente, en delegaciones de países como el nuestro que van a las cumbres ambientales no van académicos, sino políticos y si no conocen los problemas no los pueden exponer”, sostiene.
Y agrega que el país no puede seguir al vaivén de especulaciones y que es clave la comunión entre académicos y tomadores de decisiones.
Incendios preocupantes
Otro de los grandes factores de pérdida de cobertura vegetal se asocia con los incendios forestales que aunque en algunas ocasiones se presentan por ciclos naturales climáticos, en su mayoría se originan por acciones humanas.
Según la profesora Armenteras, directora del grupo de investigación Ecología del Paisaje y Modelación de Ecosistemas (Ecolmod), que desde hace 20 años viene estudiando los incendios forestales, el 99,9 % de estos son ocasionados por el hombre.
“Hace muchos años que se está quemando nuestra Amazonia, hay muchos fuegos con diferentes impactos, con el cambio climático, hay más sequías, la temporada seca dura más y esto puede propiciar más incendios, es una situación cada vez más preocupante”, advierte.
Fuertes repercusiones
Los procesos de extracción del capital natural se suscriben a la transformación del hábitat, diezman poblaciones, se pierde la composición original y esto tiene repercusiones fuertes, advierten los académicos, para quienes la transformación de los ecosistemas por la deforestación va desde drenar zonas acondicionadas e inundar zonas no acondicionadas para tener agua.
Cuando esto ocurre se establecen procesos con especies que no dominan en la región, se ponen en riesgo las distintas formaciones vegetales que experimentarán variaciones muy drásticas en su composición florística lo cual, a su vez, se verá reflejado en la fauna que se desplaza o que se extingue.
Ecosistemas como los manglares, bosques altoandinos y los páramos del país figuran entre los más vulnerables ante cambios drásticos de temperatura y del suelo, tal como lo evidenció en su tesis doctoral la bióloga Mary Lee Berdugo y como lo advierten otros estudios internacionales.
Aunque el estudio no abarca una proyección ni predice un modelo de lo que va a pasar con el cambio climático, sí es un marco de referencia para entender que cada ecosistema tiene una condición especial, señala la doctora Berdugo, también docente de la Central.
Este tipo de estudios generarían dos vías de análisis sobre los ecosistemas que pueden sobrevivir y aquellos que morirían como, por ejemplo, el páramo, pues si la temperatura aumenta 2 °C cambiaría la dinámica y no alcanzaría a adaptarse. “En nuestro caso, si el páramo no tiene vegetación no vamos a tener agua”, sentencia el profesor Rangel.
Según el estudio de la investigadora Berdugo, tal vez los bosques más amenazados en el país son los de ecosistemas secos, porque están en más interacción con los humanos, tales como los circundantes a la Ciénaga Grande de Santa Marta y a la de Zapatosa, donde se identifica la extracción de madera para leña y para ganadería.
Estrategias de largo alcance
Sin lugar a dudas, las alertas prendidas alrededor del mundo sobre la urgencia de conservar y restaurar los bosques ha generado una reducción de la tendencia de deforestación, aunque no tanto como lo esperado.
Entre 2015 y 2020, la tasa anual de deforestación se estimó en 10 millones de ha, una tasa menor frente a los 12 millones de ha en 2010-2015.
Precisamente, uno de los compromisos de la COP26 es la Declaración de los Líderes de Glasgow sobre Bosques y Uso de la Tierra , en la que 137 países se comprometieron a poner fin colectivamente a la pérdida de bosques y la degradación de la tierra para 2030.
En Colombia, el aumento de áreas de reserva natural, también se cierne como una tendencia en ampliar las áreas del país protegidas contra la deforestación, aunque esto no ha sido suficiente.
Tal como lo advierte la profesora Armenteras, se empiezan a ver amenazas externas, por lo que no solo se deben crear áreas protegidas, sino ir más allá, mantener el diálogo con las comunidades rurales –campesinos, indígenas y población afro– para que con su participación se logre un uso sostenible del suelo. Es lo que ella denomina paisajes sostenibles multifuncionales, que se apoyan en prácticas agrarias diversas pero conservando la naturaleza.
Por ello, los académicos coinciden en que “se necesitan muchas estrategias porque son muchas las variables que influyen en la deforestación y que se han intensificado en las última cinco décadas, debido al aumento de la población, que trae consigo más ganadería, más monocultivos, más infraestructura, cultivos y negocios lícitos e ilícitos”.
Glaciares como el Volcán Nevado Santa Isabel y el Chacaltaya han entrado en un proceso de retracción debido a las precipitaciones y la temperatura.
En el aire
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Las fuentes principales de emisiones de CO2 no son solo los factores principales del cambio climático, sino también fuentes importantes de contaminantes del aire
En los humanos
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Diana Manrique Horta - Periodista Periódico UNAL
Casos de dengue, malaria, enfermedad diarréica aguda y hasta desplazados ambientales en Colombia por causa del cambio climático.
No es ciencia ficción: el cambio climático impacta sin excepción a creyentes y escépticos. El sexto informe “Cuenta regresiva” de la revista The Lancet advierte que en ningún continente las personas están exentas de ver alterada su calidad de vida por la crisis climática.
Los datos de este año muestran que el rápido aumento de la exposición tanto a las olas de calor como a los incendios forestales, la sequía, los cambios en enfermedades infecciosas y el aumento del nivel del mar –todos estos eventos agravados por el cambio climático– están perjudicando, entre otros aspectos, la salud de las personas en todas las regiones.
Desde hace más de 20 años, investigaciones de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) vienen ofreciendo evidencia científica del contundente impacto de la transformación del clima en la vida cotidiana de los colombianos.
El profesor Germán Poveda Jaramillo, de la Facultad de Minas de la UNAL Sede Medellín e integrante del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), menciona que desde hace unos 25 años se lleva a cabo un programa de investigación para entender las relaciones entre el cambio climático y la salud humana, enfocado en enfermedades transmitidas por vectores, como la malaria y el dengue.
En 1996, junto con el inmunólogo William Rojas Montoya, fueron pioneros en la publicación de los resultados de la primera investigación que demostraba la relación entre la ocurrencia del fenómeno del Niño y las epidemias de malaria en Colombia.
Aquel trabajo dio lugar a la conformación de un grupo transdisciplinario de investigación, integrado por el posgrado en Aprovechamiento de Recursos Hidráulicos de la Facultad de Minas de la UNAL Sede Medellín, la Corporación para Investigaciones Biológicas (CIB) y por el Programa de Estudio y Control de Enfermedades Tropicales (Pecet), de la Fundación Universidad de Antioquia.
La colaboración, que duró más de una década, hizo importantes avances para entender, modelar y predecir las relaciones entre el clima y la incidencia de malaria. El experto explica que “el factor más determinante es la temperatura, ya que su aumento durante El Niño, debido a la disminución de las lluvias en gran parte del país, incrementa la tasa de picadura de las hembras del mosquito anofeles y acorta el periodo de incubación del parásito del género Plasmodium, que causa la enfermedad dentro del mosquito”.
También se hicieron avances importantes para modelar las relaciones sistémicas entre los factores tanto climáticos como ambientales y las epidemias de malaria en zonas endémicas de Colombia como el bajo Cauca Antioqueño y Nuquí, en el Pacífico.
Una razón sobre por qué la evidencia aportada por la UNAL es trascendental se conoció en 2014, cuando un estudio publicado en la revista Science concluyó que el aumento gradual de la temperatura provocaría una expansión geográfica de la malaria y afectaría a miles de personas que hoy están a salvo por vivir en zonas montañosas.
La investigación fue desarrollada por la Universidad de Michigan y de Denver, y en ella participaron investigadores colombianos -de la Universidad de Antioquia- y etíopes -Universidad de Adís Abeba-. Para el caso colombiano el trabajo consistió en tomar los datos de temperaturas de estaciones climatológicas del área andina. Luego contaron el número de días por año en que la temperatura promedio superó tres umbrales: 16, 18 y 21,5 oC.
Por debajo de 16 oC el parásito no se puede reproducir dentro del mosquito y a 18 oC se reproduce tan lento que los mosquitos suelen morir antes de que esto ocurra. Solo por encima de los 21,5 oC el parásito y el vector encuentran las condiciones ideales para reproducirse y transmitir la enfermedad, lo cual sucede especialmente en regiones por debajo de los 1.600 msnm.
Se evidenció que en Colombia cada año hay más días con temperaturas por encima de 21,5 oC. Así, mientras en 1950 el promedio era de 50 días, hoy esa cifra ha subido hasta 150 días, por lo que ciudades ubicadas entre los 1.600 y 1.800 msnm –como Medellín o Bucaramanga– se podrían convertir en focos de malaria en los próximos años.
En 2020 el país registró 76.958 casos de malaria, el 98,5 % de los cuales corresponden a casos de malaria no complicada y el resto a malaria complicada. Con el 49,8 % predominó la infección por Plasmodium vivax, seguida de Plasmodium falciparum con el 49,4 % y la infección mixta con el 8 %. Chocó es considerado como el epicentro de la malaria por P. falciparum en América Latina.
Se propaga como una onda
Otro frente de estudio en el que han participado investigadores de la UNAL tiene que ver con la relación entre la variabilidad climática y el dengue en Colombia.
Luz Adriana Acosta, magíster en Medio Ambiente y Desarrollo, y Alejandra María Carmona Duque, doctora en Ingeniería - Recursos Hidráulicos de la UNAL Sede Medellín, desarrollaron investigaciones que determinaron que durante la ocurrencia del fenómeno del Niño se intensifica la incidencia del dengue en el país, y que su propagación en los distintos departamentos ocurre como una onda viajera en el espacio.
El profesor Poveda, director de las dos investigaciones, expone que “esta comienza afectando más fuertemente a los departamentos del Pacífico colombiano con un rezago de cuatro meses; después al Huila, Tolima y Santander (con 1 de 5 meses), más tarde a Antioquia (con 1 de 7) y a Sucre con uno de nueve meses”.
Agrega que “en 2020, el trabajo conjunto adelantado por Estefanía Muñoz, doctora en Ingeniería - Recursos Hidráulicos de la UNAL Sede Medellín, e investigadores del Pecet, no solo ratificó tales hallazgos sino que además sirvió para demostrar cómo se combina el fenómeno del Niño con los factores climáticos locales (temperatura y precipitación, entre otros) para explicar la incidencia nacional, regional y municipal del dengue.
“La asociación entre el dengue y El Niño varía a escala nacional y regional cuando los datos se desagregan por trimestres, siendo más fuerte en diciembre-enero-febrero y más débil en septiembre-octubre-noviembre. En general, las regiones del Pacífico y de los Andes controlan la relación entre la dinámica del dengue y El Niño Oscilación Sur (ENSO) a escala nacional”, destaca.
Otros efectos del calor extremo en la salud
En la UNAL Sede Manizales, la investigación de Maribel Muñoz Roncancio, magíster en Ingeniería - Recursos Hidráulicos, determinó que en la capital de Caldas el calor estaría influyendo en el incremento de casos de enfermedad diarreica (EDA) y de la infección respiratoria aguda (IRA).
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las enfermedades gastrointestinales y respiratorias –como la EDA y la IRA– son una de las principales causas de muertes en niños menores de 5 años.
La ingeniera ambiental explica que en Manizales estas enfermedades siguen teniendo un impacto importante en la salud pública. Pese a que la tasa de mortalidad reportada en los últimos años para los eventos de EDA ha presentado un descenso, la incidencia fue alta para 2016, 2017 y 2018, con 9.234, 7.268 y 7.914 casos respectivamente por cada 100.000 habitantes.
A su vez, los datos de 2018 de la Dirección Territorial de Salud de Caldas indican que existe una mayor proporción de atenciones en el servicio de urgencias por IRA en Manizales, Chinchiná, Riosucio y Villamaría.
La magíster Muñoz explica cómo llegó a la conclusión de que la temperatura es la variable de mayor incidencia en la enfermedad:
Otra investigación, adelantada esta vez en Cundinamarca, encontró que además de perros y ganado, la especie de garrapata Amblyomma ovale apareció en nuevos hospederos silvestres como el zorro cangrejero y el grisón o huroncito.
El hallazgo es importante porque evidencia que esta especie, vector de la bacteria Rickettsia parkeri, cepa Atlantic Rainforest, que causa rickettsiosis (sus síntomas son fiebre intermitente, dolores de cabeza, lesiones en la piel, cansancio y debilidad), está “conquistando” nuevas localidades en climas templados, pues por primera vez se registra en el país a más de 1.900 msnm.
La revisión de 7 colecciones de garrapatas de diferentes regiones del país y el muestreo realizado en 22 municipios de Cundinamarca evidenció que la especie A. ovale habita en regiones cuya altitud oscila entre los 43 y 1.933 msnm, como Quibdó (Chocó) y el municipio de Peque (occidente antioqueño) respectivamente.
Además de animales domésticos y silvestres, dicha especie de garrapata también afecta a los humanos que ingresan a zonas boscosas, lo que implica un riesgo potencial en la transmisión de Rickettsia parkeri, cepa Atlantic Rainforest, que ya ha sido identificado en Argentina, Belice, México, Nicaragua y Colombia.
Laura Natalia Robayo Sánchez, magíster en Salud Animal – Línea Parasitología, de la Facultad de Medicina Veterinaria y de Zootecnia de la UNAL Sede Bogotá, afirma que “el resultado de mi trabajo permite inferir que debido a las alteraciones del clima las garrapatas de la especie A. ovale, que suelen habitar en zonas más bajas, se están adaptando a ecosistemas de mayor altitud, lo cual podría impactar a otras especies animales y a los seres humanos”.
Precisamente estudios recientes adelantados en la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad de California (Davis, Estados Unidos) han mostrado que esta variedad de garrapata tiene el doble de posibilidades de cambiar su preferencia de alimentación de los perros a las personas cuando las temperaturas aumentan.
En Colombia, el zorro cangrejero habita en zonas de las tres cordilleras y las regiones Caribe, Andina y Orinoquia, por lo que se puede adaptar a alturas de hasta 3.000 msnm.
El grisón habita una amplia gama de hábitats de bosques, y por lo general se encuentra en elevaciones por debajo de los 500 msnm, aunque también se puede hallar hasta los 2.000 msnm.
Durante el confinamiento por la pandemia por Covid-19 las dos especies fueron avistadas en áreas urbanas de Medellín y Bogotá.
Desplazamiento forzado por el clima, nueva categoría
Además del histórico conflicto armado y la desigualdad social, el clima se consolidará en el país como otro factor de desplazamiento forzado.
Pese a que no se tienen datos oficiales de cuántos desplazados por el clima hay en Colombia, el Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos (IDMC), ONG del Consejo Noruego para los Refugiados, estima que en 2019 de los 139.000 casos que registraron como desplazamiento, 35.000 correspondieron a desastres naturales.
En el país son escasos tanto los datos oficiales como los estudios que evidencien el impacto del clima en el desplazamiento interno. Uno de los aportes a este tema lo hizo en 2019 Karem Acero Pinzón, magíster en Medio Ambiente y Desarrollo de la UNAL Sede Bogotá, quien evidenció con fotografías áreas y el conocimiento de sus pobladores, cómo gran parte de isla Múcura, en el archipiélago de San Bernardo (Caribe colombiano), ha ido quedando sumergida, y de no tomar medidas urgentes podría no solo desaparecer sino también tener los primeros desplazados ambientales del país.
Según la investigadora, cerca de 200 personas que habitan Puerto Caracol, en la isla Múcura –de solo 30 hectáreas– están expuestas al aumento del nivel medio del mar como consecuencia del calentamiento global, un fenómeno acelerado, entre otros factores, por la tala de manglar y la extracción de arena para construcción, que ha contribuido a este incremento de forma alarmante en poco tiempo.
El profesor José Javier Toro, del Instituto de Estudios Ambientales (IDEA), director de la investigación, anota que en esta isla ya hay evidencia de la desaparición de algunos islotes debido al aumento del nivel del mar.
De hecho, se identificó que en 30 años perdieron 48 metros lineales de la playa pública en donde la gente jugaba fútbol. También que la isla Maravilla, que estaba muy cerca de Múcura, desapareció en 22 años.
Según la investigadora Acero, “aunque la mayoría de los escenarios nacionales y regionales se proyectan hacia el 2050 o el 2100, es necesario hacer análisis con distancias temporales más cercanas y buscar alternativas de solución que incluyan la reubicación de comunidades con las condiciones necesarias que les permitan ser resilientes ante el fenómeno”.
Señala además que en Colombia es necesario incluir las categorías de “refugiados y desplazados ambientales” que protejan a las comunidades que deben salir de sus territorios, como en los casos de Tuvalu –uno de los cuatro países que forman la Polinesia y uno de los 14 que conforman Oceanía– y las islas Maldivas, en el océano Índico.
Para el meteorólogo José Daniel Pabón, profesor del Departamento de Geografía de la UNAL, aunque se está negociando para mantener la temperatura por debajo de 1,5 oC, se trata de un esfuerzo inocuo, pues se estima que en apenas una década la Tierra alcanzará esta temperatura, y en 2050 los 2 oC .
“Esta meta no se alcanzará aunque hoy se suspendiera la emisión de gases de efecto invernadero”, entonces ¿qué acciones deberían realizar países como Colombia, más allá del compromiso que asumió en la COP26?
¿Qué es el calentamiento global, cuáles son sus consecuencias y qué manejo se le ha dado en Colombia? Lo discutimos junto a un panel de expertos.
Para los expertos el panorama es preocupante, las comunidades rurales están recibiendo paños de agua tibia y se está priorizando el modelo de desarrollo consumista sobre la defensa de los territorios protegidos, las rondas hídricas y las reservas naturales, corriendo el riesgo de perder la biodiversidad.