Los millones de árboles que la deforestación le ha quitado a la Tierra no se restauran a la misma velocidad con que son talados.
Los bosques y en general la capa vegetal que pierde el planeta lo deja sin su principal escudo protector frente a los gases de efecto invernadero (GEI) que se asocian con el calentamiento global.
Desde 1990 –10 años después de haberse prendido las primeras alarmas mundiales por lo que estaba ocurriendo con la Tierra– se han perdido 420 millones de hectáreas (ha) de bosque en todo el mundo a causa de la deforestación. Para tener una dimensión de este territorio, basta decir que solo en una hectárea caben alrededor de 140 plantas de palma.
Esta destrucción de bosques, estimada por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), se da por la expansión de la frontera agrícola para ganadería y monocultivos, el avance de la industria extractiva, cultivos ilícitos, comercialización ilegal de madera, incendios forestales (especialmente provocados por la acción de hombre), procesos de desplazamiento y urbanización, proyectos hidroeléctricos y otras obras de infraestructura.
Se trata de factores que le quitan al planeta miles de ha, ya sea de bosques, matorrales, pastizales o frailejonales- y a los mayores captadores de CO2, uno de los principales gases causantes del llamado efecto invernadero o calentamiento global.
Lo más preocupante es que a pesar de las cumbres mundiales para controlar el aumento de la temperatura en el planeta, como el Acuerdo de Kyoto y todas las que se han dado desde Copenhague, en 2009, hasta la COP26, que acaba de terminar en Glasgow (Escocia), las cifras de deforestación siguen siendo altas. Tal vez, como menciona la FAO, el proceso se ha ralentizado en algunas regiones, pero anualmente se le sigue quitando cobertura vegetal al planeta.
Según el Instituto de Estudios Ambientales y Meteorològicos (Ideam), el país pierde alrededor de 150.000 ha de bosque por cuenta de la deforestación, pero para científicos como el profesor Jesús Orlando Rangel, del Instituto de Ciencias Naturales (ICN) de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), “perdemos más de 300.000 ha de bosques y la tendencia sigue acelerada, la deforestación nunca para, solo cuando hay guerras, porque la gente se va y no los intervienen”.
Este dato coincide con reportes internacionales, como el del Instituto Mundial de Recursos, el cual indica que en 2020, Colombia perdió 320.000 ha de bosques naturales, equivalentes a 195 millones de toneladas de CO2.
Para la bióloga Dolors Armenteras, profesora de la UNAL, una quinta parte de toda la cuenca amazónica –equivalente a más de un millón de kilómetros cuadrados– está deforestada. “En Colombia, el área deforestada equivale al 12 %, lo que sería una octava parte menos de lo que sucede en toda la cuenca. Tal vez la región natural en mejor estado es la de Colombia, pero todo es relativo”, precisa.
Y aunque el país no participa en mayor grado frente a fuentes contaminantes como la industria siderúrgica, que manejan más los países desarrollados, sí es responsable de contaminar y de la pérdida de cobertura boscosa, que cumple la función clave de contrarrestar las emisiones. “Cuando contaminamos generamos más materia orgánica, alteramos los ciclos, basta con ver nuestro río Bogotá o ciénagas muertas”, se lamenta el profesor Rangel.
“Necesitamos proteger bosques, pero desafortunadamente, en delegaciones de países como el nuestro que van a las cumbres ambientales no van académicos, sino políticos y si no conocen los problemas no los pueden exponer”, sostiene.
Y agrega que el país no puede seguir al vaivén de especulaciones y que es clave la comunión entre académicos y tomadores de decisiones.
Otro de los grandes factores de pérdida de cobertura vegetal se asocia con los incendios forestales que aunque en algunas ocasiones se presentan por ciclos naturales climáticos, en su mayoría se originan por acciones humanas.
Según la profesora Armenteras, directora del grupo de investigación Ecología del Paisaje y Modelación de Ecosistemas (Ecolmod), que desde hace 20 años viene estudiando los incendios forestales, el 99,9 % de estos son ocasionados por el hombre.
“Hace muchos años que se está quemando nuestra Amazonia, hay muchos fuegos con diferentes impactos, con el cambio climático, hay más sequías, la temporada seca dura más y esto puede propiciar más incendios, es una situación cada vez más preocupante”, advierte.
Los procesos de extracción del capital natural se suscriben a la transformación del hábitat, diezman poblaciones, se pierde la composición original y esto tiene repercusiones fuertes, advierten los académicos, para quienes la transformación de los ecosistemas por la deforestación va desde drenar zonas acondicionadas e inundar zonas no acondicionadas para tener agua.
Cuando esto ocurre se establecen procesos con especies que no dominan en la región, se ponen en riesgo las distintas formaciones vegetales que experimentarán variaciones muy drásticas en su composición florística lo cual, a su vez, se verá reflejado en la fauna que se desplaza o que se extingue.
Ecosistemas como los manglares, bosques altoandinos y los páramos del país figuran entre los más vulnerables ante cambios drásticos de temperatura y del suelo, tal como lo evidenció en su tesis doctoral la bióloga Mary Lee Berdugo y como lo advierten otros estudios internacionales.
Aunque el estudio no abarca una proyección ni predice un modelo de lo que va a pasar con el cambio climático, sí es un marco de referencia para entender que cada ecosistema tiene una condición especial, señala la doctora Berdugo, también docente de la Central.
Este tipo de estudios generarían dos vías de análisis sobre los ecosistemas que pueden sobrevivir y aquellos que morirían como, por ejemplo, el páramo, pues si la temperatura aumenta 2 °C cambiaría la dinámica y no alcanzaría a adaptarse. “En nuestro caso, si el páramo no tiene vegetación no vamos a tener agua”, sentencia el profesor Rangel.
Según el estudio de la investigadora Berdugo, tal vez los bosques más amenazados en el país son los de ecosistemas secos, porque están en más interacción con los humanos, tales como los circundantes a la Ciénaga Grande de Santa Marta y a la de Zapatosa, donde se identifica la extracción de madera para leña y para ganadería.
Sin lugar a dudas, las alertas prendidas alrededor del mundo sobre la urgencia de conservar y restaurar los bosques ha generado una reducción de la tendencia de deforestación, aunque no tanto como lo esperado.
Entre 2015 y 2020, la tasa anual de deforestación se estimó en 10 millones de ha, una tasa menor frente a los 12 millones de ha en 2010-2015.
Precisamente, uno de los compromisos de la COP26 es la Declaración de los Líderes de Glasgow sobre Bosques y Uso de la Tierra , en la que 137 países se comprometieron a poner fin colectivamente a la pérdida de bosques y la degradación de la tierra para 2030.
En Colombia, el aumento de áreas de reserva natural, también se cierne como una tendencia en ampliar las áreas del país protegidas contra la deforestación, aunque esto no ha sido suficiente.
Tal como lo advierte la profesora Armenteras, se empiezan a ver amenazas externas, por lo que no solo se deben crear áreas protegidas, sino ir más allá, mantener el diálogo con las comunidades rurales –campesinos, indígenas y población afro– para que con su participación se logre un uso sostenible del suelo. Es lo que ella denomina paisajes sostenibles multifuncionales, que se apoyan en prácticas agrarias diversas pero conservando la naturaleza.
Por ello, los académicos coinciden en que “se necesitan muchas estrategias porque son muchas las variables que influyen en la deforestación y que se han intensificado en las última cinco décadas, debido al aumento de la población, que trae consigo más ganadería, más monocultivos, más infraestructura, cultivos y negocios lícitos e ilícitos”.
En el caso de los incendios, desde su grupo de trabajo en la UNAL, la profesora Armenteras presentó un proyecto de ley sobre el manejo integrado del fuego para reducción de incendios forestales. Y aunque la iniciativa no alcanzó a hacer todo su trámite en la pasada legislatura, si ha logrado tener un impacto nacional. Al respecto, la docente destaca que el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible (MADS) ya le está apostando a esta estrategia, aunque apoyado por asesores extranjeros (servicio forestal de EE.UU.).
Sin embargo, el problema central se asocia con la tenencia de la tierra, en un país donde el 85 % de esta se encuentra en manos del 1 % de propietarios del país. De ahí quizás las implicaciones socioeconómicas que se generaron con el posacuerdo y que según un trabajo realizado mostró las implicaciones para la conservación, que se tradujo en un aumento de la deforestación después de la firma del Acuerdo de Paz en 2016, en particular en zonas estratégicas que habían sido corredores de los grupos armados.
Para el profesor Rangel, un paso fundamental que debe dar el país es la elaboración del mapa de vegetación de Colombia, para saber realmente qué tiene el país en materia de cobertura vegetal y controlar las tendencias de tala en diferentes regiones.
De igual manera, considera que los países industrializados, que ya destruyeron buena parte de sus bosques deben compensar a los países en vías de desarrollo por conservar sus bosques.
“La Amazonia tiene que verse como un territorio que se puede desarrollar, pero de forma responsable. Nuestro gran reto es detener la degradación de nuestra Amazonia, es un reto global, que todo el mundo entienda que lograr ese equilibrio nos beneficia a todos, no llegar a un punto de no retorno”, advierten los académicos.
Puedes ver: Deforestación en la Amazonia, un fenómeno que no se detiene.