Casos de dengue, malaria, enfermedad diarréica aguda y hasta desplazados ambientales en Colombia por causa del cambio climático.
No es ciencia ficción: el cambio climático impacta sin excepción a creyentes y escépticos. El sexto informe “Cuenta regresiva” de la revista The Lancet advierte que en ningún continente las personas están exentas de ver alterada su calidad de vida por la crisis climática.
Los datos de este año muestran que el rápido aumento de la exposición tanto a las olas de calor como a los incendios forestales, la sequía, los cambios en enfermedades infecciosas y el aumento del nivel del mar –todos estos eventos agravados por el cambio climático– están perjudicando, entre otros aspectos, la salud de las personas en todas las regiones.
Desde hace más de 20 años, investigaciones de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) vienen ofreciendo evidencia científica del contundente impacto de la transformación del clima en la vida cotidiana de los colombianos.
El profesor Germán Poveda Jaramillo, de la Facultad de Minas de la UNAL Sede Medellín e integrante del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), menciona que desde hace unos 25 años se lleva a cabo un programa de investigación para entender las relaciones entre el cambio climático y la salud humana, enfocado en enfermedades transmitidas por vectores, como la malaria y el dengue.
En 1996, junto con el inmunólogo William Rojas Montoya, fueron pioneros en la publicación de los resultados de la primera investigación que demostraba la relación entre la ocurrencia del fenómeno del Niño y las epidemias de malaria en Colombia.
Aquel trabajo dio lugar a la conformación de un grupo transdisciplinario de investigación, integrado por el posgrado en Aprovechamiento de Recursos Hidráulicos de la Facultad de Minas de la UNAL Sede Medellín, la Corporación para Investigaciones Biológicas (CIB) y por el Programa de Estudio y Control de Enfermedades Tropicales (Pecet), de la Fundación Universidad de Antioquia.
La colaboración, que duró más de una década, hizo importantes avances para entender, modelar y predecir las relaciones entre el clima y la incidencia de malaria. El experto explica que “el factor más determinante es la temperatura, ya que su aumento durante El Niño, debido a la disminución de las lluvias en gran parte del país, incrementa la tasa de picadura de las hembras del mosquito anofeles y acorta el periodo de incubación del parásito del género Plasmodium, que causa la enfermedad dentro del mosquito”.
También se hicieron avances importantes para modelar las relaciones sistémicas entre los factores tanto climáticos como ambientales y las epidemias de malaria en zonas endémicas de Colombia como el bajo Cauca Antioqueño y Nuquí, en el Pacífico.
Una razón sobre por qué la evidencia aportada por la UNAL es trascendental se conoció en 2014, cuando un estudio publicado en la revista Science concluyó que el aumento gradual de la temperatura provocaría una expansión geográfica de la malaria y afectaría a miles de personas que hoy están a salvo por vivir en zonas montañosas.
La investigación fue desarrollada por la Universidad de Michigan y de Denver, y en ella participaron investigadores colombianos -de la Universidad de Antioquia- y etíopes -Universidad de Adís Abeba-. Para el caso colombiano el trabajo consistió en tomar los datos de temperaturas de estaciones climatológicas del área andina. Luego contaron el número de días por año en que la temperatura promedio superó tres umbrales: 16, 18 y 21,5 oC.
Por debajo de 16 oC el parásito no se puede reproducir dentro del mosquito y a 18 oC se reproduce tan lento que los mosquitos suelen morir antes de que esto ocurra. Solo por encima de los 21,5 oC el parásito y el vector encuentran las condiciones ideales para reproducirse y transmitir la enfermedad, lo cual sucede especialmente en regiones por debajo de los 1.600 msnm.
Se evidenció que en Colombia cada año hay más días con temperaturas por encima de 21,5 oC. Así, mientras en 1950 el promedio era de 50 días, hoy esa cifra ha subido hasta 150 días, por lo que ciudades ubicadas entre los 1.600 y 1.800 msnm –como Medellín o Bucaramanga– se podrían convertir en focos de malaria en los próximos años.
En 2020 el país registró 76.958 casos de malaria, el 98,5 % de los cuales corresponden a casos de malaria no complicada y el resto a malaria complicada. Con el 49,8 % predominó la infección por Plasmodium vivax, seguida de Plasmodium falciparum con el 49,4 % y la infección mixta con el 8 %. Chocó es considerado como el epicentro de la malaria por P. falciparum en América Latina.
Otro frente de estudio en el que han participado investigadores de la UNAL tiene que ver con la relación entre la variabilidad climática y el dengue en Colombia.
Luz Adriana Acosta, magíster en Medio Ambiente y Desarrollo, y Alejandra María Carmona Duque, doctora en Ingeniería - Recursos Hidráulicos de la UNAL Sede Medellín, desarrollaron investigaciones que determinaron que durante la ocurrencia del fenómeno del Niño se intensifica la incidencia del dengue en el país, y que su propagación en los distintos departamentos ocurre como una onda viajera en el espacio.
El profesor Poveda, director de las dos investigaciones, expone que “esta comienza afectando más fuertemente a los departamentos del Pacífico colombiano con un rezago de cuatro meses; después al Huila, Tolima y Santander (con 1 de 5 meses), más tarde a Antioquia (con 1 de 7) y a Sucre con uno de nueve meses”.
Agrega que “en 2020, el trabajo conjunto adelantado por Estefanía Muñoz, doctora en Ingeniería - Recursos Hidráulicos de la UNAL Sede Medellín, e investigadores del Pecet, no solo ratificó tales hallazgos sino que además sirvió para demostrar cómo se combina el fenómeno del Niño con los factores climáticos locales (temperatura y precipitación, entre otros) para explicar la incidencia nacional, regional y municipal del dengue.
“La asociación entre el dengue y El Niño varía a escala nacional y regional cuando los datos se desagregan por trimestres, siendo más fuerte en diciembre-enero-febrero y más débil en septiembre-octubre-noviembre. En general, las regiones del Pacífico y de los Andes controlan la relación entre la dinámica del dengue y El Niño Oscilación Sur (ENSO) a escala nacional”, destaca.
En la UNAL Sede Manizales, la investigación de Maribel Muñoz Roncancio, magíster en Ingeniería - Recursos Hidráulicos, determinó que en la capital de Caldas el calor estaría influyendo en el incremento de casos de enfermedad diarreica (EDA) y de la infección respiratoria aguda (IRA).
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las enfermedades gastrointestinales y respiratorias –como la EDA y la IRA– son una de las principales causas de muertes en niños menores de 5 años.
La ingeniera ambiental explica que en Manizales estas enfermedades siguen teniendo un impacto importante en la salud pública. Pese a que la tasa de mortalidad reportada en los últimos años para los eventos de EDA ha presentado un descenso, la incidencia fue alta para 2016, 2017 y 2018, con 9.234, 7.268 y 7.914 casos respectivamente por cada 100.000 habitantes.
A su vez, los datos de 2018 de la Dirección Territorial de Salud de Caldas indican que existe una mayor proporción de atenciones en el servicio de urgencias por IRA en Manizales, Chinchiná, Riosucio y Villamaría.
La magíster Muñoz explica cómo llegó a la conclusión de que la temperatura es la variable de mayor incidencia en la enfermedad:
Otra investigación, adelantada esta vez en Cundinamarca, encontró que además de perros y ganado, la especie de garrapata Amblyomma ovale apareció en nuevos hospederos silvestres como el zorro cangrejero y el grisón o huroncito.
El hallazgo es importante porque evidencia que esta especie, vector de la bacteria Rickettsia parkeri, cepa Atlantic Rainforest, que causa rickettsiosis (sus síntomas son fiebre intermitente, dolores de cabeza, lesiones en la piel, cansancio y debilidad), está “conquistando” nuevas localidades en climas templados, pues por primera vez se registra en el país a más de 1.900 msnm.
La revisión de 7 colecciones de garrapatas de diferentes regiones del país y el muestreo realizado en 22 municipios de Cundinamarca evidenció que la especie A. ovale habita en regiones cuya altitud oscila entre los 43 y 1.933 msnm, como Quibdó (Chocó) y el municipio de Peque (occidente antioqueño) respectivamente.
Además de animales domésticos y silvestres, dicha especie de garrapata también afecta a los humanos que ingresan a zonas boscosas, lo que implica un riesgo potencial en la transmisión de Rickettsia parkeri, cepa Atlantic Rainforest, que ya ha sido identificado en Argentina, Belice, México, Nicaragua y Colombia.
Laura Natalia Robayo Sánchez, magíster en Salud Animal – Línea Parasitología, de la Facultad de Medicina Veterinaria y de Zootecnia de la UNAL Sede Bogotá, afirma que “el resultado de mi trabajo permite inferir que debido a las alteraciones del clima las garrapatas de la especie A. ovale, que suelen habitar en zonas más bajas, se están adaptando a ecosistemas de mayor altitud, lo cual podría impactar a otras especies animales y a los seres humanos”.
Precisamente estudios recientes adelantados en la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad de California (Davis, Estados Unidos) han mostrado que esta variedad de garrapata tiene el doble de posibilidades de cambiar su preferencia de alimentación de los perros a las personas cuando las temperaturas aumentan.
En Colombia, el zorro cangrejero habita en zonas de las tres cordilleras y las regiones Caribe, Andina y Orinoquia, por lo que se puede adaptar a alturas de hasta 3.000 msnm.
El grisón habita una amplia gama de hábitats de bosques, y por lo general se encuentra en elevaciones por debajo de los 500 msnm, aunque también se puede hallar hasta los 2.000 msnm.
Durante el confinamiento por la pandemia por Covid-19 las dos especies fueron avistadas en áreas urbanas de Medellín y Bogotá.
Además del histórico conflicto armado y la desigualdad social, el clima se consolidará en el país como otro factor de desplazamiento forzado.
Pese a que no se tienen datos oficiales de cuántos desplazados por el clima hay en Colombia, el Centro de Monitoreo de Desplazamientos Internos (IDMC), ONG del Consejo Noruego para los Refugiados, estima que en 2019 de los 139.000 casos que registraron como desplazamiento, 35.000 correspondieron a desastres naturales.
En el país son escasos tanto los datos oficiales como los estudios que evidencien el impacto del clima en el desplazamiento interno. Uno de los aportes a este tema lo hizo en 2019 Karem Acero Pinzón, magíster en Medio Ambiente y Desarrollo de la UNAL Sede Bogotá, quien evidenció con fotografías áreas y el conocimiento de sus pobladores, cómo gran parte de isla Múcura, en el archipiélago de San Bernardo (Caribe colombiano), ha ido quedando sumergida, y de no tomar medidas urgentes podría no solo desaparecer sino también tener los primeros desplazados ambientales del país.
Según la investigadora, cerca de 200 personas que habitan Puerto Caracol, en la isla Múcura –de solo 30 hectáreas– están expuestas al aumento del nivel medio del mar como consecuencia del calentamiento global, un fenómeno acelerado, entre otros factores, por la tala de manglar y la extracción de arena para construcción, que ha contribuido a este incremento de forma alarmante en poco tiempo.
El profesor José Javier Toro, del Instituto de Estudios Ambientales (IDEA), director de la investigación, anota que en esta isla ya hay evidencia de la desaparición de algunos islotes debido al aumento del nivel del mar.
De hecho, se identificó que en 30 años perdieron 48 metros lineales de la playa pública en donde la gente jugaba fútbol. También que la isla Maravilla, que estaba muy cerca de Múcura, desapareció en 22 años.
Según la investigadora Acero, “aunque la mayoría de los escenarios nacionales y regionales se proyectan hacia el 2050 o el 2100, es necesario hacer análisis con distancias temporales más cercanas y buscar alternativas de solución que incluyan la reubicación de comunidades con las condiciones necesarias que les permitan ser resilientes ante el fenómeno”.
Señala además que en Colombia es necesario incluir las categorías de “refugiados y desplazados ambientales” que protejan a las comunidades que deben salir de sus territorios, como en los casos de Tuvalu –uno de los cuatro países que forman la Polinesia y uno de los 14 que conforman Oceanía– y las islas Maldivas, en el océano Índico.
Para el meteorólogo José Daniel Pabón, profesor del Departamento de Geografía de la UNAL, aunque se está negociando para mantener la temperatura por debajo de 1,5 oC, se trata de un esfuerzo inocuo, pues se estima que en apenas una década la Tierra alcanzará esta temperatura, y en 2050 los 2 oC .
“Esta meta no se alcanzará aunque hoy se suspendiera la emisión de gases de efecto invernadero”, entonces ¿qué acciones deberían realizar países como Colombia, más allá del compromiso que asumió en la COP26?