Los incendios forestales, la fragmentación de bosques y las alteraciones climáticas estarían poniendo en peligro de extinción a especies en el corto plazo.
Anfibios, mamíferos y peces están desapareciendo de sus hábitats naturales por el cambio climático y las acciones humanas que profundizan el problema. Las labores ecosistémicas de estas especies como dispersar semillas o controlar la biodiversidad, se ven afectadas por alteraciones climáticas, incendios forestales y la fragmentación de bosques.
Por ejemplo, los cambios en la región Andina están llevando a que las ranas y sapos de esta zona del país se vean cada vez más al filo de la extinción, y gran parte de esta situación obedece a las transformaciones aceleradas que están sufriendo los bosques, páramos y montañas por causa del hombre.
En el mejor de los casos, con una reducción y un control de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), a 2050 se prevé una pérdida de la extensión del hábitat de las ranas andinas hasta de un 66,3 %, mientras que en el peor de los escenarios (el cual supone un incremento de las emisiones) esa pérdida llegaría al 74 %, llevando a la extinción inminente de las especies de ranas Pristimantis elegans (ubicadas en la cordillera Oriental), Hyloscirtus antioquia y P. racemus (cordillera Central).
Así lo advierte la investigación adelantada por William Agudelo, doctor en Ciencias - Biología de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), con la dirección de la bióloga Dolors Armenteras, profesora titular y directora del grupo de investigación Ecología del Paisaje y Modelación de Ecosistemas (Ecolmod), en la cual evaluó el efecto de los cambios a 2050 en el uso del suelo en los páramos y los bosques junto con los efectos del cambio climático sobre el riesgo de extinción de un grupo de ranas andinas.
“Estos datos son preocupantes si se tiene en cuenta que la investigación arrojó que en 2005 las ranas ya habían perdido en promedio el 57 % de la extensión de su hábitat por la deforestación y degradación histórica de los bosques andinos y los páramos. Sin duda, estas proyecciones nos indican que el futuro de las ranas andinas está seriamente comprometido y amenazado”, afirma el doctor Agudelo.
El investigador recopiló datos históricos de los lugares donde se han encontrado las ranas andinas y predijo el área de distribución de 30 ranas utilizando un conjunto de variables climáticas. “Se encontró que un alto número de especies coincide en departamentos de la región central (Tolima, Quindío y Valle del Cauca) y norte (Antioquia) de la cordillera Central, especialmente en la zona de páramos, así como en la región media de la cordillera Oriental, hacia Boyacá y Santander; y en la región media de la cordillera Occidental, en sectores del Parque Nacional Natural Tatamá (Risaralda-Chocó)”.
En el estudio también se usaron mapas de coberturas/uso del suelo de la Región Andina para 1985, 2005 y 2008, elaborados a partir de imágenes satelitales, que luego se proyectaron a 2050 en dos escenarios de uso extensivo: por pastos para ganadería y por cultivos.
“Estos resultados son importantes para mejorar la evaluación del riesgo de extinción de las ranas. En este sentido, se debe considerar la distribución espacial de los hábitats locales para guiar mejor la planificación de estrategias de conservación con miras a los futuros escenarios de cambios ambientales”, señala el investigador Agudelo.
En 2015 la Reserva Natural Bojonawi, en Puerto Carreño (Vichada), sufrió un incendio accidental que pasó de la sabana a los bosques y se extendió varios cientos de metros; de ese incidente la más afectada fue la zarigüeya común (Didelphis marsupialis), pues solo está presente en los bosques no quemados, ya que tienen gran cantidad de estratos de vegetación y hay más recursos de alimentación y hábitat para su permanencia.
“Esta es una de las regiones más amenazadas ecológicamente en América del Sur, debido al cambio climático, las prácticas de manejo de la tierra y el desarrollo de actividades económicas, a menudo insostenibles, como la ganadería, la agricultura y la explotación petrolera que utilizan el fuego como herramienta para ‘limpiar’ la tierra, lo que aumenta el riesgo de incendios descontrolados, altera los regímenes de incendios y degrada las sabanas naturales y las áreas de bosques adyacentes”.
Así lo sostiene la bióloga Tania González, doctora en Ciencias - Biología de la UNAL y miembro de Ecolmod, quien sostiene además que “debido al aumento de los incendios en esta zona, promovidos en parte por el hombre, en combinación con el cambio climático, queríamos investigar qué pasaba con las plantas de esos bosques, con los pequeños mamíferos no voladores y los pequeños roedores que habitan esta zona”.
Allí se encontró que los bosques quemados tienen menos diversidad y riqueza de especies de plantas. Mientras que las áreas no quemadas cuentan con un bosque complejo, con gran cantidad de vegetación de diferentes tamaños, un bosque quemado tiende a perder árboles altos y arbustos, y lo que empieza a predominar son los pastos, las especies de plantas gramíneas y herbáceas, que hacen el territorio más susceptible a los incendios.
Esto se relaciona directamente con la presencia de pequeños mamíferos no voladores en la región. Después de hacer diferentes capturas y análisis de roedores y marsupiales, la investigadora determinó que los bosques quemados presentan una reducción significativa de especies. En este caso, en los bosques no quemados se encontraron 6 especies, mientras que en los quemados dominaba una única especie.
“Esto tiene implicaciones muy graves, ya que los pequeños mamíferos como los roedores y las zarigüeyas tienen roles muy importantes en los ecosistemas, por ejemplo, son los encargados de esparcir semillas y remover nutrientes del suelo, lo que influye en la vegetación”, cuenta la investigadora González.
Agrega que “esta es una cadena en la que, si no se recupera la vegetación, tampoco lo hará la fauna, pero si la fauna no se recupera no hay quien disperse las semillas afectando a su vez la recuperación de la vegetación y haciendo que los bosques desaparezcan”.
Además del cambio climático, otro de los cinco principales motores de pérdida de biodiversidad es la deforestación y fragmentación del hábitat, proceso en el cual un hábitat es transformado en fragmentos o “parches” más pequeños aislados entre sí por un área o “matriz” con propiedades diferentes a las del hábitat original. Esta además es una consecuencia de procesos de contaminación, desertificación, deforestación y degradación de arrecifes de coral, manglares, humedales, praderas y bosques, entre otros recursos de gran valor.
Dicha fragmentación tiene repercusiones no solo en el ecosistema vegetal sino también en la fauna y en diferentes especies en peligro de extinción como el mono araña café y el tití gris, los cuales fueron evaluados desde el norte del Tolima hasta el sur de Bolívar, junto al mono aullador y el mono cariblanco del Magdalena, con quienes comparten hábitat. El biólogo Néstor Roncancio, doctor en Ciencias Agrarias de la UNAL, midió los efectos que la fragmentación en esta zona tiene sobre estas especies de primates.
“Inicialmente determinamos el área de distribución potencial de las especies y después nos enfocamos en cuál era el efecto de esa fragmentación, es decir de esa distancia de aislamiento, formas del fragmento o del tamaño y otras características como la altitud a las que estaban ubicadas los fragmentos ante las densidad poblacionales. Eso quiere decir que a medida que los fragmentos eran más pequeños, las densidades podrían ser mayores o menores”.
De 20 fragmentos evaluados, se identificó al tití gris como la especie más fuerte y resistente a los cambios, ya que estaba presente en toda la zona, mientras que otras especies solo tuvieron una tasa de distribución entre el 40 y 60 %.
Estos resultados fueron menos favorables para el mono araña, que fue el más afectado por las variables del paisaje. Esta especie afectó a su vez a otras especies de primates. Por ejemplo, mientras más densidad había de mono araña, más se encontraba el mono aullador.
“Antes de que una especie se extinga, esta intentará desplazarse hacia las coberturas que encuentre disponibles; sin embargo, para eso es necesario que haya suficiente vegetación en aquellos lugares donde se encuentren las condiciones climáticas óptimas, para que las especies se puedan conservar y no se vean expuestas a procesos de extinción”, asegura el doctor Roncancio.
En el entorno marino de aguas dulces, las altas temperaturas y las precipitaciones esperadas entre 2050 y 2070 como consecuencia del cambio climático global serían las principales responsables de la disminución en casi un 50 % de las especies de peces pequeños de agua dulce en todo el mundo, especialmente en las áreas tropicales.
Estos peces tienen una importante labor como reguladores de especies y bioindicadores de la calidad del agua, por lo que su desaparición generaría no solo una grave afectación ecosistémica, sino que también se verían afectados, por ejemplo, el aprovisionamiento y la seguridad alimentaria de algunas comunidades, sus economía y atractivos ecoturísticos en algunos lugares.
Estos son algunos de los resultados más relevantes de la investigación adelantada por la bióloga Ana Milena Manjarrés Hernández, de la Universidad del Magdalena, doctora en Estudios Amazónicos de la UNAL, quien analizó cuáles eran las variables o los factores que podrían incidir en la distribución de los peces de agua dulce, teniendo en cuenta diferentes escalas espaciales y nivel de afectación. Así mismo, hizo una proyección sobre cómo las condiciones actuales permitirían predecir qué especies estarían o no presentes entre 2050 y 2070.
En total estudió 19 variables bioclimáticas como la temperatura y la precipitación, y otras como la altitud, densidad de población humana, el índice de vegetación, la producción primaria y otras, que aportaron al análisis. En extensiones pequeñas –conocidas como escala local– la temperatura sería la variable que más incidiría en la distribución de las especies, mientras que cuanto más amplia sea la extensión geográfica, mayor será la influencia de otros factores como la precipitación.
“En una de las especies que se observó la variabilidad en la influencia fue Hoplias malabaricus, conocida como dormilón o taraira (de la familia Erythrinidae). A nivel de la cuenca del Amazonas se logró documentar que en las subcuencas de Bolivia la precipitación genera mayor impacto”, destaca la investigadora.
Se espera que para los próximos años contemplados en previsiones para 2050 y 2070 desaparezcan por completo las áreas de distribución de casi la mitad de las especies de peces de agua dulce, que oscila entre el 45,3 % y el 46,7 % independientemente del año y el escenario climático.